Como todos los años desde tiempo inmemorial, en la ciudad
de Pamplona (Navarra), Reino de España, se han dado cita cientos de miles de
esporádicos borrachos; unos son autóctonos, otros alóctonos.
Es lo que tiene San Fermín, esa bacanal consentida y
consagrada, que empieza cada seis de julio en honor del patrón de Navarra, que
no de Pamplona, que fue decapitado en Amiens.
España viste santos y santas, los recuerda, los celebra y
los festeja con sacrificios rituales en los que los toros suelen ser la ofrenda.
Durante ocho días, lo que en esta ciudad y en cualquier otra
estaría prohibido, goza del beneplácito de la opinión pública, es portada diaria
de numerosos medios de comunicación e incluso recibe las bendiciones de la
iglesia católica, apostólica y romana. El despelote, las pasiones, el ruido,
los comas etílicos, las charangas con su insoportable soniquete, las broncas,
el hedor a vino y a fluidos orgánicos, el jolgorio, el dormir la mona tirado en
cualquier sitio… Todo o casi todo está permitido.
Todos estos beneplácitos alcanzan su máximo expresión en la
televisión pública (TVE), que abre y cierra sus noticiarios contándonos lo que
sucede en Pamplona, como si no pasara nada más en el mundo. Durante los días que dura la fiesta, y por si no nos hemos percatado, ofrece en directo y en exclusiva (el coste aproximado de las retransmisiones
rondará este año los 800.000 euros) lo que conoce como encierros: los toros,
conducidos por un rebaño de mansos y sus pastores, hacen un corto recorrido
(poco más de ochocientos metros) por algunas calles emblemáticas de la ciudad,
rodeados por una marabunta de gente que corre a su alrededor. Al final del
trazado estos animales entrarán en la plaza de toros en la que serán enchiquerados. Unas horas después, por la tarde, con
las andanadas llenas de borrachos que seguirán bebiendo y comiendo, serán
torturados y dados muerte por la terna de matatoros y sus subalternos.
Durante los encierros se hacen millones de fotografías,
algunas de ellas realmente espectaculares y ésta, la que ilustra este texto, es
una de ellas.
Ayer me dejaban en mi blog un relato corto que lleva el
mismo título que he elegido para esta entrada: “Indulto Taurino”.
Inmediatamente después de su lectura y por asociación de ideas, me acordé de la
instantánea: siete personas han sido acorralados por un toro que les mira con atención
y con curiosidad. Ellos también le observan fijamente, sin apartar sus miradas de los
cuernos, porque es ahí en donde han posado sus ojos. El toro está asustado como
ellos, cada uno a su manera. Las expresiones de sus caras y las posturas que
han adoptado sus cuerpos reflejan el pavor que están padeciendo. Si nos fijamos
en las extremidades anteriores del animal, veremos que está en movimiento,
caminado hacía las siete estatuas cuyo corazón late a un ritmo desenfrenado
mientras sus pulmones han quedado paralizados. Saben y piensan que están a
punto de sufrir en sus débiles carnes el desgarrador efecto de la cornada de un
toro de lidia, cuyas consecuencias desconocen. Sienten miedo, mucho miedo. Es
posible que piensen en la muerte y en algo parecido a lo que el relato de
Fernando Martínez, que podéis leer más adelante, nos cuenta.
Nada de lo imaginado sucedió. Este toro decidió indultar a
los que son culpables de su sentencia de muerte, que se cobraría su
vida unas pocas más tarde después de un agónico sufrimiento; el precio de su
estúpida diversión sustentada en lo que llaman tradición. Es, sin lugar para la
duda, un “Indulto Taurino”, porque es él, el toro, el que les perdonó el sufrimiento, quizás
hasta su vida.
Las únicas diferencias entre este toro, el de la foto, y el
del relato, es que éste no es negro y seguramente no resbaló en la curva de
Mercaderes. Quizás este toro tampoco rascó el suelo, pero es seguro que no
embistió, que sus ojos miraban con lástima o con rabia y que decidió subir por
Estafeta camino de su posterior calvario.
Tras resbalar en la curva de Mercaderes el toro se da la
vuelta. El resto de corredores, cabestros, público, incluso el vallado y la ciudad, desaparecen. El blanco y
el rojo se esfuman. Solo queda el negro. Seiscientos kilos de negro intenso y
sudado que te miran, que huelen tu miedo. Un sonido, tu corazón bombeando con
fuerza. El toro rasca el suelo, y recuerdas. Recuerdas las palabras de tu madre
—No vuelvas tarde, ponte la chaqueta que hace frío, todo tiene solución, menos
la muerte—, recuerdas su entierro, los pésames y las coronas, dolor,
sufrimiento, resignación, dolor al descubrir el amor, primer beso, instituto,
primera novia, primeros cuernos, ruptura, universidad, Clara, amor, juergas,
licenciatura, muerte de tu padre, primer sueldo, boda con Clara, pisito en el
centro, ascenso, Nueva York, Miguel, tu hijo, interminables jornadas laborales,
tu segundo hijo, Héctor, vacaciones en la playa, segundo ascenso, viajes de
negocios, canitas al aire lejos de casa, amante, segundos cuernos con tu vecino
Héctor, divorcio y tu decisión de correr los Sanfermines. El toro rasca el
suelo pero no embiste. Te mira cómo si pudiera leerte el pensamiento y con ojos
brillantes, de lástima o de rabia, sube por Estafeta.
2 comentarios:
Muchas gracias por el enlace.
Hola, Enrique, aquí en Pamplona como dices es un desmadre de borrachos, una especie de bacanal romana que nada tiene que ver con el santo ni con la iglesia. Si abolieran la iglesia se llamaría la FIESTA DE FERMÍN.Yo, como cada año desde que vivo en Pamplona (antes vivía en Italia),fui a la manifestación de PETA.
He visto también con horror lo del toro ahogado de Elda y los jabalíes "alanceados" en Castilla la Mancha o matados con arco en Cataluña donde hay que añadir los "toros embolados" de Tarragona y Valencia, etc... en fin que vivimos en un país del norte de África. ¿Y si propusieramos a la Merkel que visto que estamos intervenidos nos prohiban también las fiestas taurinas?
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