19/2/11

Sobre Tauromaquia, Veganismo, Derechos de los Animales... (Parte II)

http://divergencia-carlitox.blogspot.com/2011/02/alejandro-martin-navarro-licenciado-en.html

¿Caen o no en contradicción los veganos, cuando afirman que todo animal con sistema nervioso debe tener derecho a la vida, en cuanto tiene la posibilidad de sentir dolor, pero se resisten estoicamente a la idea de matarlos, aun si no sufrieran antes de morir?

El problema es que nos empeñamos en ver el veganismo como una teoría ética, cuando en realidad tiene todas las características (tanto por su forma presente como por su origen) de una forma de vida religiosa. Caen en contradicciones a la hora de dar un envoltorio científico o filosófico a sus intuiciones, pero sus intuiciones no son ni científicas ni filosóficas, sino que en ellas se funden misticismos varios: el sentimiento romántico de fusión con la naturaleza, la igualdad de todos los seres vivos (aunque la naturaleza real no se parece en nada a esto), el ascetismo alimenticio (y el sentimiento de poder sobre uno mismo que conlleva, como todos los trastornos alimentarios), el intenso proselitismo que practican, etc., etc.

¿Podría ser que muchos de estos “defensores de los animales”, colocan inconsciente e irresponsablemente sus emociones por encima de los derechos universales?

Sin duda. Caen continuamente en la falacia naturalista de Hume y de Moore: universalizan, como si fuera una obviedad, sus propios sentimientos de compasión, aunque éstos son completamente particulares y socialmente inducidos en el contexto de una cultura que cada vez se parece más a lo que Nietzsche llamaba la “forma europea del budismo”.

Desde tu punto de vista, procurarles una vida y muerte menos tortuosa, ¿es algo que se les podría imponer a todos los humanos?

Por lo general, los seres humanos preferimos vivir y morir de la forma menos tortuosa posible, naturalmente. Y está bien que trabajemos por ello. Sólo ciertas circunstancias morales nos obligan, y pueden obligarnos, a asumir un dolor que no deseamos.

No me expresé bien. Quise decir que, si desde tu punto de vista, se podría imponer a los humanos procurar una vida y muerte menos tortuosa a los no-humanos

Personalmente preferiría que los cerdos no chillasen de dolor en la matanza, pero no considero que esto pueda entenderse como una obligación moral para la humanidad, ni como un “derecho animal”.

¿Qué tanto calculas que influye la politiquería en los movimientos antitaurinos (al menos en España)?

El caso de la prohibición del toreo en Cataluña es evidentemente político, pues la contradicción es manifiesta: si el mal es matar toros, ¿por qué no se prohíbe la ganadería?; si el mal es hacerles sufrir para diversión del populacho, ¿por qué no se prohíben festejos populares como los correbous, donde los toros sufren, pero no mueren? Sin embargo, como estos festejos son exclusivos de Cataluña, parece obvio que la intención de los políticos nacionalistas era suprimir aquello que vincula a Cataluña con el resto de los españoles y blindar lo que los separa. Con todo, no quiero ser injusto con la realidad: la posición antitaurina está muy arraigada, yo diría que mayoritariamente, en la mentalidad de la España actual.

Aquí tu interlocutor vuelve a estar equivocado, salvo que Castellón, Valencia, Alicante, Murcia, Zaragoza, Teruel, o Medinaceli (precisamente la foto que has puesto pertenece al Toro de Júbilo de dicha localidad) estén en Cataluña. Debo informarte, además, que el embolamiento de toros se daba en muchos más lugares de nuestra geografía, incluso yo los vi de pequeño en Cantabria, donde fueron prohibidos, como en muchas otras localidades en donde ya no se practican. Y una vez introducido dicho matiz, debo dejaros claro que los ciudadanos promotores de la ILP por la abolición de las corridas de toros, están contra las correbous, que por cierto han sido legislados por ley, y esta ley ha traído como consecuencia, de momento, que a dos poblaciones catalanas que querían introducirlos en sus festejos se les haya denegado la autorización. Del mismo modo que dos comunidades han prohibido las corridas, Canarias (1991) y Cataluña, se han prohibido en otras muchas los correbous o toros en la calle. ¿Qué hay contradicción? Es evidente ¿Qué son los políticos por un puñado de votos los que han mantenido los correbous? No voy a ser yo el que diga lo contrario, es más, lo he denunciado públicamente en varias ocasiones, así como el evidente sufrimiento de estos animales. Ahora bien, creo que será evidente que en el momento en que la coyuntura lo permita habrá una ILP contra los correbous en Cataluña, y si no al tiempo. Serán los propios ciudadanos de Cataluña los que pidan su prohibición, y si no lo hacen, será el momento en que me replantee mi lugar y el de mis compañeros en este movimiento.

¿O sea que no te convence el argumento antitaurino que sugiere que es más cruel clavarle hierros a un toro que lanzarle periódicos como ocurre con los correbous? ¿O el que la crueldad de la muerte sumada a la de la tortura es mayor que la de ambas por separado?

Lamentablemente, esto hay que recordarlo a menudo: matar animales no es ninguna crueldad. Las sociedades humanas, siempre que han podido, han cazado y devorado carne animal. Quien sienta heridos sus sentimientos al contemplar la muerte de un toro (o de un cerdo, pavo, pollo…), que simplemente no mire. Pero lo encontrará fileteado en todos los supermercados de la ciudad, y la mayoría de esos animales habrán tenido una vida y una muerte mucho más dolorosa que la del toro. Así que esa es la primera hipocresía que hay que poner sobre la mesa. La segunda atañe a los correbous, y la resumiré en dos argumentos: en primer lugar, no es difícil comprender que el toro está, en lo que a su sistema físico y nervioso se refiere, mucho más capacitado para enfrentarse a un individuo con espada, que para huir, medio ciego, de una multitud histérica. En segundo lugar, los correbous sufren, habitualmente, muchos más maltratos de los que pueda suponer “lanzarle periódicos”, sobre todo en aquellos pueblos en que es habitual encenderles antorchas en los cuernos, lo que les suele provocar quemaduras en la cara y en los ojos, además del nivel de ansiedad que esta práctica, combinada con la algarabía de la multitud, provoca en los toros.

La crueldad en la muerte de un animal depende de cómo se lleve a cabo. Como veterinario sería cruel que si tengo que eutanasiar a un animal lo hiciera a navajazos o a martillazos en vez de hacerlo con una inyección letal por vía intravenosa que no le va provocar dolor ni sufrimiento. Por desgracia este método no se puede utilizar en animales que nos sirven para consumo, ya que el anestésico queda en los tejidos de los animales. Tampoco se trata de mirar o no mirar, sino de saber, y percibir que una parte de tu especie encuentra en espectáculos crueles una manera de llenar su ocio y de divertirse. La gente no va a los mataderos a ver como matan una vaca, allí no hay morbo, ni riesgo para el matarife, ni música, ni comida, ni alcohol, ni colorido… No se puede justificar la lidia en la existencia de espectáculos como los correbous, ni al contrario, ya como ya he comentado, nuestra postura es que todos ellos deben ser prohibidos. En unos hay muerte del animal, en otros no, pero en ambos hay ausencia de empatía y de compasión.

¿Qué tanta pedantería, contradicción o antropocentrismo; has encontrado entre las huestes animalistas?

Bueno, no conviene generalizar. Indudablemente, en el movimiento animalista hay todo tipo de gentes. A mí me apena y asusta especialmente comprobar cómo, muy a menudo, la defensa de los animales va acompañada de un asalto permanente a los derechos humanos: por ejemplo, en el contexto de la investigación médica, me parece intolerable esgrimir derechos animales cuando hablamos de la posibilidad de salvar vidas humanas. Siempre recuerdo un ejemplo que explica bien, creo, lo que trato de decir: en mayo de 2010, en España, un pit bull mató a un niño de dos años de la propia familia dueña del perro. El abuelo de la criatura, lleno de dolor y de rabia, ahorcó al animal. Las “huestes animalistas”, como tú dices, no tardaron en presentar una denuncia contra el hombre, recriminándole que lo sucedido no justificaba su acción. Pues bien, ¿qué puedo decir? Si la empatía con los animales nubla tanto a alguien de la empatía con un anciano que sufre por su nieto muerto, ya no veo buenos ideales, sino fanáticos a los que no hay que dejar más sitio en nuestras ideas.

Aquí, insisto en lo apuntado anteriormente, no hay sólo investigación médica en beneficio de nuestra especie, sino investigación en las que intervienen médicos, biólogos o veterinarios para mejorar la salud de los propios animales. Entiendo, y lo he dicho, que existen métodos alternativos de investigación que están sustituyendo en muchos casos a los experimentos con animales vivos, y me consta que en muchas universidades del mundo se trabaja en la búsqueda de nuevas alternativas. De cualquier forma, en esta ocasión le daré parte de la razón a tu invitado: nadie, ni tan siquiera los veganos se van a negar a recibir un tratamiento médico o a ser sometidos a una técnica quirúrgica que supuso la muerte de miles de animales antes de haber sido puesta en práctica en los quirófanos de los hospitales. Todos nos tiramos de los pelos cuando se nos dice que el hijo de un testigo de Jehová ha muerto porque sus padres se han negado a que le hicieran una transfusión de sangre. Podemos poner el ejemplo de la película “Camino”, en que una niña sufre lo indecible con un cáncer terminal, cuando su muerte podría haber sido mucho más “dulce” si no es por las creencias religiosas de sus padres.

El ejemplo que se menciona del perro que mató al niño lo conozco: lo que no se dice es en las condiciones en las que vivía el perro. Aislado del mundo exterior, encerrado y atado las 24 horas del día, y sin ningún tipo de socialización. ¿Quién es el culpable de que el perro se encontrara en esa situación? ¿Quién es el culpable de atípica reacción del perro? La muerte de ese animal era inevitable, pero: ¿había que colgarle de un árbol? ¿Para qué tenía ese señor un perro en esas condiciones de vida? Puedo entender perfectamente la reacción del abuelo, pero este acontecimiento tiene más lecturas que las que apunta tu interlocutor.

 

2 comentarios:

clariana dijo...

Uno de los puntos que pienso es clave en nuestra condición humana con respecto a nuestras acciones y también en nuestra conducta hacia el animal es el siguiente:
Cuando recibo un beneficio gracias al sacrificio de un animal, ya sea un alimento, un alimento muy sabroso del que podría prescindir, unas botas muy bellas pero que son de piel, un cosmético, un espectáculo que en un principio puede atraer pero en el que se tortura o se ha castigado mucho a los animales para que logren aquella acrobacia...
Tener presente en mi mente: ¿Esto que hago merece la pena para mí, si a cambio un animal ha tenido un grado de sufrimiento X?
Si no soy capaz de plantearme la cuestión, o la esquivo porque es una delícia lo que me aporta y no quiero conocer esa procedencia, ese sufrimiento,
estoy perdiendo una ocasión que me procura mi condición de humano con respecto al animal, que me puede hacer sentir mucho mejor aún en mi pequeñez y limitación como persona.
Es mi manera de explicar algo que pude escuchar en un interesante vídeo del jurista Pablo de Lora en el Parlament, cuando pone el ejemplo de: A mi me puede gustar el boxeo, pero yo en mi calidad de humano, me tengo que cuestionar si es bueno para mí que me guste el boxeo y si no lo es descartarlo; en el caso de los toros si me gusta la corrida, cuestionarme si merece la pena que para veinte minutos de diversión mía, un toro sufra veinte minutos de horrible tortura, y si ésto no es razonable, no es ético, pues descartarlo.
A veces los humanos entramos en una espiral de inconsciencia y de irresponsabilidad, porque no queremos ver más allá de lo que está establecido, de lo que se considera normal y buscamos justificaciones y olvidamos que uno de los sentimientos que más nos fraterniza entre nosotros y con respecto a los animales es el de la COMPASIÓN.

jezl dijo...

Sí, la argumentación de Pablo es perfecta en este debate. Podemos renuciar a muchas cosas sin necesidad de hacer grandes esfuerzos, si es que el fin perseguido es objetivamente bueno para nosotros y para los demás, en este caso para los que no son de nuestra especie.