9/3/11

El toro en las civilizaciones mediterraneas.

 Apuntes del libro: "El toro en el Mediterraneo" de Cristina Delgado Linacero. 1996.



El ganado vacuno pertenece dentro de la escala zoológica a la especie bos taurus, ubicada en la siguiente escala taxonómica según J. Young:

Tipo: Cordados
                        Subtipo: Vertebrados
Clase: Mamíferos
                        Subclase: Euterios
Orden: Ungulados
                        Suborden: Artiodáctilos
Familia: Bovidae
                        Subfamilia: Bovinae
Género Leptobos (extinguido)
Género Bubalus
                        Subgénero Mindorensis (Búfalo de Mindoro)
                        Subgénero Anoa (Búfalo gamuza)
                        Subgénero Bubalus: Búfalo africano
                                                       Búfalo asiático
                                                       Otros búfalos
Género Bos
                        Subgénero Bibos: Banteng (B. banteng)
                                                    Gaur (B. gaurus)
                                                    Gayal (B. frontalis)
                        Subgénero Phoephagus: Yak (P. Grunniens)
                        Subgénero Bison: Bisonte europeo (B. Bonasus)
                                                   Bisonte americano (B. Bison)
                        Subgénero Bos
Especie: B. Taurus L. (Ganado vacuno)
             B. Taurus indicus (Cebú)

El interés por esta especie ha sido constante desde su domesticación, ya que durante los seis mil años más o menos transcurridos desde su domesticación ha contribuido en gran medida al bienestar humano.

Fuentes artísticas, literarias, y arqueológicas nos han proporcionado datos sobre la forma más primitiva de este animal al que Julio Cesar denominó uro por primera vez, latinizando el nombre de auroch por el que era conocido por los galos. 

El uro era un bóvido de gran tamaño, mayor en el Pleistoceno que en el Holoceno. En este época medía entre 1.70 y 2 metros de altura hasta la cruz. Sus cuernos ofrecían una gran variedad de formas y longitud, que eran de color pálido con las puntas negras. Un cráneo hayado en Monte Mario, nos dicen que el cuerno tenía una circunferencia de base de 50.2 cms, y un diámetro de 17 cms.Se estima que su cabeza debía pesar unos 48 kilos. Sus extremidades eran largas, y su grupa relativamente corta.



Eran de color negro con una banda clara sobre el lomo, con un mechón blanco y rizado que caía entre los cuernos. El hocico también era blanco o, a veces, grisáceo. Estas coloraciones eran más típicas en los ejemplares que vivían en Europa central, mientras en el sur y en el oeste la franja del lomo tendía a ser amarillenta o rojiza. Otra variante era la de tono castaño con los cuartos traseros grises. Existen en la actualidad animales con esta gama de colores en Córcega, ciertas zonas del suroeste de Europa, y en el norte de África, sobre todo en Marruecos.

 El uro es visto por última vez en Egipto en 1398-1361 a.C. En Libia existian aún en el s. V a.c, mientras que en Marruecos ya no existían cuando llegaron los romanos. En Europa su existencia ha perdurado hasta hace casi 400 años (1627), cuando el último espécimen fue capturado en los bosques de Polonia.



Su domesticación se produce en etapa preagrícola en la que el hombre era cazador y recolector, pero es desconocida la forma en que este proceso se llevó a cabo. En Africa y Asia (Cercano Oriente), el cambio de comunidades cazadoras y nómadas a sedentarias, agrícolas y ganaderas era una realidad a comienzos del V milenio a.C. En Europa sucedió un milenio más tarde, y en el resto de Asia, dos milenios después.



Hoy sabemos que la presencia de ganado doméstico de cuernos largos, es generalizada en Mesopotamia, Levante asiatíco y Egipto durante el IV milenio a.C.



El cuernilargo doméstico asiático pudo cruzar el Bósforo e introducirse en Europa central, diseminándose después por diferentes regiones como la península ibérica, donde dio lugar a las razas que hoy integran el Tronco Cantábrico.

Una rama del vacuno rubio egipcio cruzó problamente el norte de Africa y pasó a la península Ibérica a través del estrecho de Gibraltar. Desde aquí se extendió a otros países europeos donde, como en el resto de este continente, el cuernilargo fue el bovino común desde el Neolítico hasta la Edad de Hierro, y a pesar de sus variaciones craneológicas, nunca se alejó de su primitiva forma salvaje.

La presencia de ganado cuernicorto se ubica en el año 3000 a.C, en que empieza a reemplazar a la raza nativa de cuernos largos en Mesopotamia, Irán, Egipto, y Europa, es decir en el Neolítico, extendiendose por el centro y el este de nuestro continente durante la Edad del Cobre y la Edad del Bronce, pero no se generalizó hasta la Edad del Hierro. Animales acornes existieron también en todas partes. En Europa se conocen desde el Neolítico Final y comienzos de la Edad del Cobre.

Lo cierto es que, por las características geográficas y la climatología, la crianza del ganado bovino quedó relegada en la zona del mediterraneo a valles y llanuras herbáceas, siendo mucho más importante la crianza de los ovicaprinos.

Los modelos más primitivos de bovinos egipcios domésticos eran animales con encornaduras dobladas hacia abajo o hacia arriba, cuyos pitones describen curvas muy cerradas. No eran animales originarios del Valle del Nilo, sino que fueron conducidos allí por pueblos de procedencia asiática que conocían la selección racial. El cuernilargo egipcio fue muy común durante la era faraónica.



En referencia a Creta podemos decir que no fue un lugar en donde se criaran bóvidos en gran cantidad, pero si sabemos que el toro desempeñó un papel esencial en el desarrollo cultural y religioso de la isla. Se sabe que existía un tipo de espectáculo público donde acróbatas profesionales ejecutaban diversos saltos sobre cuernilargos. Este deporte requería de la industria de la cría y selección de reses bravas o con cierta dosis de bravura.



En Italia, especialmente en la zona del Po y del Adigio, supuso, con la llegada de los romanos, la transformación de sus grandes bosques, en zonas de cultivo, con amplios pastizales en donde se comenzó a explotar el ganado vacuno. La belleza y cuantía de los ganados itálicos fue celebrada por muchos autores latinos. Italia es "tierra de bueyes". Los antiguos griegos llamaron ITALI a los toros.

La Iberia prerromana y de los primeros tiempos de la romanización, era un país montañoso y cubierto de bosques donde existían llanuras de suelo pobre y escaso de agua. Sus pobladores, agrupados bajo diversas denominaciones, practicaron una economía cuyos recursos más importantes fueron la ganadería y la agricultura, con predominio de la primera sobre la segunda en gran parte de la Península.



Los pueblos del norte, recolectaban frutos y se dedicaban al pastoreo de animales. Los de la meseta fueron agricultores y ganaderos. Especialmente, Celtiberia, en la zona oriental, basaba su subsistencia en la caza y en ganado. Los carpetanos y vetones tenían fortificaciones provistas de corrales para los animales, y en su obra artística los toros son representados con frecuencia. Coinciden estas poblaciones con la actual Salamanca, Avíla, y Burgos... A pesar de la base ganadera de estos pueblos, la Meseta nunca dispuso de amplios espacios para pastos. La tendencia desde antaño fue alimentar a los animales con cultivos forrajeros como la cebada. En el sur de la península, en especial en el valle del Guadalquivir, y la costa, ha sido el área más densamente poblada de la Prehistoria. Los romanos denominaron Bética a toda esta tierra en la que los animales domésticos jugaron un importante papel económico. Fueron famosos los toros rojos del valle del Guadalquivir. La zona de Levante y sureste no era tan rica, aunque existía el ganado vacuno, pero prevalecía el ovino, el caprino, el cerdo y el caballo. Agrícola y pastoril era la zona catalana.



La ingesta de carne de bovino se produjo muy temprano, se puede decir que en el Pleistoceno. En un principio procedía de la caza del uro, pero la progresiva domesticación fue reduciendo esta práctica al mínimo hasta que éstos se convirtieron en los principales abastecedores. Los centros más antiguos de ganado doméstico corresponden a Anatolia en 5800 a.C, y Grecia, 6000 a.C.

Se observa la tendencia a preferir el bos cuernicorto, más pequeño, como animal de mesa. En el levante hispánico se observa de manera clara, al igual que su diversificación para carne, leche o trabajo.

No hay duda de que los pueblos de la Antiguedad guardaron su ganado en apriscos y establos, en particular durante las épocas frías. Así vigilaban mejor su alimentación y los protegían de los peligros nocturnos. En algunos lugares se convivía con ellos para obtener una fuente de calor. Los egipcios ya los ataban con anillas de cuerda cuyos extremos se unían a piezas de madera con dos orificios, que a su vez se enterraban en tierra. El ganado se sujetaba a ellas por un ramal anudado a su cuello, mandíbula inferior o pata.

Ninguna estructura anterior a la Segunda Edad del Hierro ha sido identificada como establo.

En el caso de los griegos y los romanos, los establos ofrecian al vacuno la posibilidad de resguarnecerse de las inclemencias climatológicas, y se situaban cercanos a lugares en donde había agua en abundancia.

En la península Ibérica los escasos datos obtenidos sobre el tema, parecen indicar que en el área del Guadalquivir, el bovino pastaba en las dehesas al aire libre, propiedad de grandes terratenientes. En la zona de Avila y Salamanca, el ganado pastaba en libertad durante el día y era encerrado por la noche desde noviembre a abril.

Las marcas con fuego se realizan en estos animales desde la Antiguedad para asegurar de modo legal, la posesión de los mismos en el antiguo Egipto. En otros lugares se realizaban con colorantes, y Virgilio describe la técnica del rojo vivo para marcar la piel de los becerros. Las señales variaban, según se destinase al animal a la reproducción, al sacrificio o a las labores agrícolas.



En la península Ibérica, la carne de vacuno fue consumida desde tiempos muy tempranos, al contrario que por los romanos, los griegos o los egipcios, que utilizaron a estos animales para el trabajo y los sacrificios. Hay vestigios de que en la etapa Final del Bronce, y en la Edad del Hierro, existían asadores de carne, es decir objetos punzantes en los que era introducida la carne para asarla al fuego. Además, los pueblos de la Antiguedad conocieron y practicaron la compleja técnica de convertir el pellejo del vacuno en piel. El zapato fue posterior a la sandalia, y se cita ya en el año 1600 a.C. El pergamino fabricado con piel se remonta al siglo VIII a.C, y en Roma al s. II a.C. El uso de la leche y sus derivados en el Mediterraneo y Oriente Próximo se remontan al IV milenio a.C. El cuerno se utilizó como vaso para beber líquidos, administración de pócimas a los enfermos, guardar leche, contenedores de aceite, instrumento sonoro, unguento para óleos...

Lo cierto es que el bovino fue considerado desde los primeros tiempos como propiedad de gran valor, y un mayor número de ejemplares era símbolo de riqueza y poder, llegándose a instaurar posteriormente como moneda de cambio, e incluso como dote de bodas de la mujer.

El significado del ganado entre los pueblos orientales, indujo a la utilización de imágenes y símiles alusivos, contenidos en el lenguaje figurativo. La relevancia del vacuno sobre otros animales, y en particular de las cualidades y caractéristicas del toro salvaje, convirtió a esta especie en la más adecuada para sus comparaciones.

En Egipo el faraón fue equiparado a un toro bravo. Su imagen respondía a la de macho dominante y encarnación de la fertilidad viril como su padre solar Re, modelo del dios creador y detentador del poder supremo. Re, se unió con Amón el alimento de la vida, llamado también toro de las Cuatro Doncellas, y adopto el nombre de Amón-Re. La Diosa del Oeste, Nut, resurgía cada mañana, revestida del aspecto de un becerro que adquiría su forma adulta a lo largo del día. Re era identificado como un toro negro, Mnevis. También el faraón era mencionado ya desde las primeras dinastías como toro poderoso, toro cornudo, victorioso toro, etc. Crónicas posteriores se refieren a los faraones como toros que aplastan a sus enemigos con sus cuernos. Thutmosis III fue llamado toro de Montu. La fuerza procreadora era encarnada por el buey Apis.



En Mesopotamia, el dios Anu, cedió ante los requerimientos de su hija Innana para castigar el desaire amoroso de Gilgamesh, y le envió al terrible Toro Celeste, el cual no sólo arremetió contra el héroe, sino que arrasó todo lo que encontró a su paso. Hamurabi era el fiero uro que acorneaba al enemigo. El hijo de Enlil, que a su vez era hijo de Anu, llamado Nana, era evocado como el poderoso toro joven de robustos cuernos, poderoso toro joven del cielo, toro feroz de gruesos cuernos, etc. Bel, continuador asirio de Anu y Enlil, recibió el nombre de toro divino, y el bovino. En Babilonia, Marduk era fuerte y luchador como un joven toro del día cuyo rugido resuena sobre la tierra.



La protección de los dioses taurinos fue creencia extendida en Anatolia, y Levante asiatíco. El carácter taurino de Él y su personalidad influyeron en gran medida en la formación de la divinidad de los hebreos. En los relatos bíblicos se alude a la divinidad hebrea, como toro, poderoso toro de Jacob o toro de Israel, incluso después de tomar el nombre de Yahvé. La biblia hace alusión a la colocación de becerros de oro en los patios de los templos para que los fieles adorasen a Yahvé.



En los pueblos del Mediterraneo central y occidental, los orígenes monárquicos estuvieron ligados a reyes míticos elegidos por los dioses. Los cretenses hacían remontar esa institución al legendario Minos que como en Oriente Próximo, fue soberano por derecho divino. Hijo de Zeus-Toro y de la bella Europa, cada nueve años acudia a la caverna del monte Ida para recibir de su progenitor las leyes que debían regir a su pueblo.



El Zeus griego ha sido emparentado con el Toro Celeste y de la fertilidad en Próximo Oriente. Los héroes griegos como Sarpedón morían "bramando como un toro", y Agamenón sobresalía entre los demás caudillos como "un toro entre las vacas". Dionisio hijo de Zeus, dios de la vegetación y de la fecundidad, parece ser que era representado bajo la forma total o parcial de un bovino.



En la península Ibérica, la presencia del toro en numerosas pinturas ruprestes revela una supervaloración de este animal desde tiempos prehistóricos. Aunque no hay pruebas de que recibiese una especial veneración, si se ha encontrado formando parte de escenas de posible matiz ritual o religioso lo que puede hacernos pensar que pudo ser objeto de algún tipo de culto.



Los pueblos indoeuropeos, asimilados al sustrato indígena en las áreas norteñas del país, representaban a uno de sus dioses con cuernos de toro. En el mundo indoeuropeo, y en particular en el céltico, el toro simbolizaba el poder victorioso y ese poder era encarnado por una divinidad de la guerra de origen desconocido. Es probable que los pueblos galaico-lusitanos tuvieran un dios guerrero representado por la figura de un toro como símbolo de fuerza y poder.

En el sur y sudeste de la Península, el bovino estuvo en relación con cultos funerarios y de la fecundidad más cercanos al mundo oriental. Por ejemplo Gerión, mito tarteso, representaba la riqueza minera, la agrícola, y sobre todo la ganadería centrada en el vacuno.

El otro mito tarteso, Habis, se ajustaba más al prototipo de héroe legislador e impulsor de la civilización. Su principal aportación, como soberano de Tartessos, fue la enseñanza del manejo de la yunta de bueyes y del arado. Pero el arado y el yugo fueron aperos de origen sagrado, conectados con la realeza en todo el Mediterraneo y en el Próximo Oriente. Ambos instrumentos estuvieron relacionados con cultos taurinos que llevaban implícita la idea de la fertilidad. Algunas representaciones formaban parte de ámbitos funerarios donde la fecundidad del toro suministraba fuerza vital en el Más Allá. El culto a los poderes generativos del toro y su función funeraria se extendió, también, a las islas Baleares.



Pero lo cierto es que, el poder divino y real adquirió facetas más suaves al desempeñar su labor directiva. El terrible toro que se imponía por su fuerza y bravura, se transformó en el pastor que cuidaba y conducía a su grey con su justicia y sabiduría, defendiéndola de las acechanzas del enemigo. Hamurabi se definía como pastor del pueblo. En Africa se conservan todavía tradiciones en los que algunos pueblos denominan al jefe de los guerreros toro de la hueste, o toro guia, o toro conductor del rebaño. Los patriarcas hebreos ejercían como conductores del pueblo. En la Grecia micénica, los reyes homéricos fueron conocidos como pastores de los hombres, en la península Ibérica, Gerión y Viriato trabajaron en el oficio de pastor.



El cayado y el báculo pasan a ser el símbolo que subraya el carácter pastoril, siendo el símbolo del poder, heredado de los propios dioses. Así, Yahvé transformó el báculo en la fuerza de Moisés ante el faraón, quien también lo sustentaba. Fueron notables los dioses cuya profesión concreta era la de pastor y los pastores a cuyo cuidado se encomendaba la educación de personajes divinos o de origen real. Ejemplos de esto son: Dumuzi, Tammuz, Attis, Adonis, Hermes, Apolo, Helios. También el dios solar, Helios, poseía gran cantidad de vacas y ovejas. Marte era protector del ganado vacuno, antes de adquirir su condición bélica, que se produce cuando Roma se transformó en potencia militar. En Egipto, el papiro de Orbiney relata el cuento de los dos hermanos donde el vaquero Bata disfruta del cariño de sus animales. El mismo, tras multitud de vicisitudes, acabará transformándose en un toro.



Varios mitos relacionan a héroes y dioses con tareas pastoriles: Ganimedes, Paris, y Eneas cuidaron animales. Licasto, Télefo, y Edipo fueron reconocidos como pastores tras ser abandonados a su suerte. Rómulo y Remo ejercieron labores pastoriles.

En relación con la península Ibérica, existe la hipótesis de que el Gerión tartésico fuese, en realidad, un pastor.

El hombre-toro pertenece a la serie de híbridos, que el mundo ideó en el periodo anterior a aquel en que los dioses antropomórficos cobraron importancia.

En Mesopotamia comenzó a representarse a partir del III milenio a.C. Se le configuró con cuerpo de toro y cabeza humana con cuernos de bovino. Su función fue proteger al ganado de los ataques de otros animales, casi siempre leones. En el Levante asiático es probable que estos seres fantásticos fueran lo que la Biblia denominó querubines. En el mundo egeo, una de las representaciones de Talos, el vigilante de Creta, era la forma de un toro. El Minotuaro cretense, fue el fruto de los adúlteros amores de Pasifale, esposa de Minos y reina de Creta, con un toro. Este monstruo recibía el sacrificio todos los años de catorce jóvenes atenienses de los dos sexos en su laberinto. El héroe Teseo se incluyó voluntariamente en uno de esos lotes y ayudado por Ariadna, hija de Minos, mató al Minotauro y se casó con la princesa.



La influencia de los híbridos semi-taurinos se extendío por todo el Meditarraneo. En Grecia se le asoció a corrientes fluviales, en cara alusión a la fertilidad.

En Italia, y especialmente en Sicilia, se encuentran toros androcéfalos vigilando el sueño del difunto, lo que hace pensar que defendían su paz eterna.

En la península Ibérica aparece en ciertas monedas la figura del hombre-toro, en los siglos IV-III a.C. Del mismo modo la Bicha de Balazote, un toro androcéfalo se piensa que fue colocado como guardían de una tumba. Se fecha en el IV a.C.



La ocultación del rostro con máscaras fue para el hombre de la Antiguedad un medio de transformación en otro ser, en otra naturaleza, y un instrumento de contacto con las fuerzas sobrenaturales. En este sentido, la máscara taurina, utilizada desde tiempos primitivos dentro de los contextos religiosos, fue el vehículo de comunicación entre la divinidad y su devoto, identificado con un animal sagrado. Durante el tiempo ritual, el segundo se elevaba por encima de su condición, convirtiéndose en un auténtico hombre-toro, pletórico de las preciadas facultades vitales y genésicas de que este mensajero divino era protector. Su uso se ha identificado en Anatolia (5800 a.C), en la religiosidad hitita, en la isla de Chipre (2500-1900 a.C), en la Roma antigua...



En la península Ibérica, se han encontrado pinturas que representan a hombres disfrazados de toro en Jaén, Alicante, Castellón y Cuenca, que podrían ser chamanes. En la actualidad, el folklore hispánico es una reserva de ciertas costumbres. Todas ellas tienen en común el uso de simulacros taurinos y su celebración entre los últimos días de diciembre y finales del carnaval. Eran habituales los festejos en que, los hombres desfilaban disfrazados de ciervos y de vaquillas (vitula). Estas celebraciones continuaron hasta la Edad Media, y eran consideradas paganas.

Muy populares son las Vaquillas en las que uno de los participantes se disfraza con un armazón que imita a una vaca, y que se lleva a cabo en pueblos de Madrid, Guadalajara, León, Soria, Palencia, Lérida, Zamora... El final de la fiesta incluye la muerte del supuesto animal, cuya sangre se bebe transformada en vino. La máscara corre por el pueblo embistiendo a los transeúntes, con particular empeño en las mujeres. En el norte de Cataluña se celebran mascaradas en las que intervienen comparsas de Bous, papel que ejecutan dos mozos uncidos a un yugo que tira de un arado.



En el mundo de los símbolos, las astas taurinas fueron sinónimo de fortaleza y poderío, y se emplearon como emblema por la realeza y por la divinidad. "Romper el cuerno", era "quebrantar el poder" en lenguaje acádico.
Como distintivo de rango, las astas de toro formaron parte de los tocados de los grandes personajes del cielo y la tierra.

Además, el asta de toro se usó como instrumento religioso. Los hebreos lo destinaron a contener el óleo sagrado con que ungían a sus monarcas y como primitiva trompeta que incluso Yahvé hacía sonar. El cornu musical también lo utilizaron los griegos, etruscos y romanos.



La carne de vacuno constituyó el manjar más delicado para las celebraciones religiosas. Para muchos era la única oportunidad de consumir esta carne. En el libro del Génesis se alude a un pacto entre Dios y Abraham tomando como garantía animales. Este rito aún se celebra hoy en día en Sudán. La sangre de la víctima desempeñó un papel fundamental, ya que constituía el elemento vital, y sólo pertenecía a la divinidad. Vasos esculpidos para contener este líquido se han encontrado en muchas civilizaciones (vasos de libación). Posteriormente, en los lugares en los que iban desapareciendo los sacrificios rituales, la sangre fue sustituida por vino tinto. Los ritos con sangre se han clasificado en: por aspersión, por impregnación, ritos ctónicos, y ritos de renacimiento.

El sacrificio suponía la consagración de una persona, animal o cosa a la divinidad. Este acto, común a toda religiosidad desde tiempos muy remotos, desempeñó el papel principal en el culto. En estos rituales se utilizó con mucha frecuencia el toro. Su carne poseía el poder de transformar al hombre, su sangre al cosmos. Los animales reservados para ello, eran escogidos con sumo cuidado. En realidad era la divinidad la que los escogía a través de diversas señales observadas en ellos. Las cabezas de estos animales eran adornadas con diversos motivos antes del ritual. Para este tipo de acciones se construían los altares sacrificiales que se colocaban en la antecámara del santuario o bien en el exterior de los mismos. En la Biblia se alude a éstos, como rocas naturales o piedras amontonadas, a lugares altos.



Las culturas ribereñas del Mediterraneo y las Próximo Oriente consideraron la fertilidad como un valor fundamental. Su vida y su supervivencia dependían en buena parte del normal desarrollo de las cosechas, de la abundancia de animales y de la cantidad de brazos disponibles para el trabajo y la defensa de sus propiedades. De aquí que desde tiempos muy remotos, el hombre tratara de descubrir la fuente de tan gran beneficio. La temprana percepción del doble poder genésico y físico del toro le convirtió en el vivo exponente de la virilidad, la cual sirvió de base para su sacralización, asociándolo a un principio masculino estimulante de la naturaleza sin cuyo influjo nada se desarrollaba. La sacralidad del toro como fuente de fertilidad se convirtió en la encarnación de la virilidad deseada por hombres y dioses. La conservación de ese don implicaba la juventud y la plenitud de facultades: su pérdida suponía el abandono del poder supremo. Los relatos mitológicos explican cómo dioses, pertenecientes a diversas generaciones, se derrocaban del poder unos a otros por el sistema de castración viril.



Los atributos del toro, como animal genésico por excelencia, fueron plasmados sin rubor por los artistas del mundo antiguo. El arte literario se valió también de estas cualidades taurinas para elaborar bellos relatos en los que se manifiesta su poder procreador.

 Existen indicios de una simbología solar taurina en nuestras fiestas populares donde intervienen los toros de fuego o embolados. En la cueva del Covachón en Soria se ha encontrado una pintura de arte rupestre, que parece representar a un toro al que un individuo sujeta con una mano por los cuernos, mientras con laotra pone ante sus ojos una especie de muleta. El animal pugna por sacudirse la presión humana. Sobre sus astas, cruz y ancas sobresalen tres extraños objetos que algunos interpretan como "haces engrasados de los tiempos prehistóricos, colocados sobre los toros, para encenderlos de noche y celebrar con esa espantosa visión las fiestas jubilares de la tribu". La supuesta tela, sacudida por el lidiador, también podrían ser ramas encendidas para prender los haces. El espectáculo de un toro corriendo envuelto en fuego puede contemplarse en muchas poblaciones de nuestra geografía. Algunos investigadores identifican estos festejos con ritos solares de la fecundidad y renovación, que se solían celebrar después de la recolección de las cosechas, es decir cuando el sol ha perdido su influencia sobre la fertilidad de la tierra. El hecho de que se celebren por la noche puede estar relacionado con la intención de que las luminarias ahuyenten a las tinieblas. Este tipo de ceremonias hoy se han transformado en un juego, cuando en sus inicios se ofrecía al animal genésico a la divinidad, revestido de fuego solar, con la esperanza del nuevo resurgir de la vida en la primavera siguiente.




De todas las especies animales, el toro bravo destaca por su respuesta de embestida ante el estímulo de elementos incitantes. El descubrimiento de esta singular condición, es muy antiguo y sin duda tuvo lugar durante el ejercicio de actividades venatorias, desarrolladas por el hombre ya en estadios pre-agrícolas. El espíritu observador del cazador, derivó en admiración ante la belleza, fuerza y bravura de este animal. En ello estribó la clave de la selección y mantenimiento de este bóvido como elemento lúdico-religioso: era una víctima propiciatoria, que ofrecía la posibilidad de un divertimento previo a su muerte. Provocaciones a base de colores, saltos, carreras etc., debieron constituir el meollo del desafío, es decir, lo que en lenguaje taurino se llama "entrar al trapo".

En las representaciones artísticas del Paleolítico hispano-francés, aparecen toros pintados en diversas actitudes. En ocasiones se observa el enfásis que ponen los artistas en el tratamiento de las astas, y en la representación de los atributos masculinos de estos animales. Estos elementos están ya presentes en algunas pinturas postpaleolíticas y reflejan el descubrimiento de la potencia sexual del macho tal vez en la relación entre estos órganos y la bravura. Esta relación ha sido aprovechada por los taurinos para decir cosas como éstas: "No olvidemos tampoco que el toro es hipergenital, y que la testosterona es una fábrica de irritabilidad, de agresividad" (Domecq). "El perfecto desarrollo de los órganos genitales externos y el efecto sobre el psiquismo y comportamiento subsiguiente del animal se dejan sentir notablemente en el animal adulto, pudiéndose observar una actitud agresiva y un sentido de la acometida más definido y concreto que en el animal insuficientemente desarrollado". El que pronuncia esta última frase, R. Barga, afirma que la función de ésta y otras hormonas segregadas por los testículos, son los artífices de lo que se ha llamado el trapio.



La elección de tan bello y poderoso animal como protagonista y víctima de prácticas lúdico-religiosas fue la consecuencia de la conversión de la primitiva necesidad de la caza en un ejercicio de valor. La amenaza que los pitones del toro implicaban para su oponente humano fue plasmada ya en el Antiguo Egipto. En las representaciones, un toro, que representa al rey, cornea furiosamente a su enemigo tendido en el suelo. La selección de animales con casta debió ir unida a la domesticación. Los frescos del palacio de Cnoso (Creta) muestran toros corpulentos y bien desarrollados, de capa pía, fruto de una probable cría y selección con fines deportivos rituales.



A.C Leopold sostiene que el hombre no pudo utilizar alimentos de origen vegetal de alto valor calórico, válidos actualmente como sustitutivos de la carne, antes de ser inventada la cocción; contienen sustancias nocivas para el organismo que sólo desaparecen mediante este proceso; seria el caso de las legumbres, o de la dificultad de digerir semillas feculentas crudas por el estómago humano, problema solucionado al molerlas y cocinarlas o bien al hacer fermentar los granos. M. Crawford reconoce el valor de las proteinas vegetales, pero subraya el hecho de que los productos animales suministran grasas estructurales, inexistentes en la vegetación, decisivas en el desarrollo de los nueve mil millones de neuronas de nuestro cerebro. Ardey expone que en las gélidas épocas en que vivió el hombre de Neandertal, la brevedad de la duración del ciclo vegetal tuvo que inclinar la balanza hacia un régimen especialmente carnívoro. El uro, representado en las cavernas paleolíticas por el hombre de Cromagñon, se constituyo en presa codiciada, en las que además hay connotaciones de fetichismo, totemismo y magia. Cómo dice Reinach: "No sólo hay pueblos que buscan la posesión de la imagen de su presa para asegurarse el éxito de la caza, sino que también están aquellos que, por el contrario, anhelan conseguir las cualidades de un animal de presa a través de su imagen y de este modo verse dotados de su habilidad en la caza" (Esta frase no la entiendo, tratándose de un herbívoro como es el toro). De cualquier forma, también es cierto que son muchos los investigadores que creen que el significado del arte rupreste todavia no ha sido explicado.

Es evidente que los juegos taurinos proceden de las prácticas venatorias. El descubrimiento de la agresividad del toro en su respuesta ante el acoso, con una embestida frontal, se convirtió en el eje medular de su enfrentamiento cara a cara con el hombre quien, antes de consumar el sacrificio, desafiaba los pitones de su oponente. No es de extrañar que en un momento de la prehistoria se procediese a seleccionar determinados ejemplares, reservándolos para ocasiones especiales. Los precursores de los toreros, es decir, cazadores de toros, saltadores del toro, y matarifes, se transformaron en hierofantes de un espectáculo con fondo sacro, que de un modo u otro siempre terminaba con la muerte del animal. Sin embargo,el sacrificio del toro no siempre formó parte del juego propiamente dicho.

En Mesopotamia, desde el IV milenio a.C es frecuente ver a hombres semidesnudos y barbados sujetar y matar toros, agarrándolos por la cola, y por una de sus patas, y pisarles la cabeza en señal de victoria. Ya en aquella época se pueden ver representaciones de leones enfrentándose a toros, lo que sería el precedente del circo romano.

Los egipcios sintieron gran predilección por los combates de toros, contando para ello con recintos, y con reses criadas y seleccionadas previamente, que salían a la arena con denominaciones individuales. Cuando uno de los dos contendientes moría, se soltaba a otro para que luchara con el vencedor. Parece ser que los dos primeros animales eran cuernicortos y el tercero cuernilargo. Las reses eran azuzadas por dos pastores que las hostigaban con palos.



Los juegos taurinos por excelencia tienen su origen en el Egeo. De la isla de Creta surgió una modalidad, basada en acrobacias sobre un toro. A pesar de su carácter lúdico y deportivo, es fácil detectar ese transfondo religioso que impregnaba de esencia taurina cualquier manifestación de vida minoica. Saltos parecidos fueron practicados en España, y los forcados portugueses parecen claros herederos de los mismos. Podrían tener su origen en el recuerdo del antiguo mito de Teseo y el Minotauro. La lucha del héroe y el monstruo simbolizaría la del dios y la víctima del sacrificio. Otros investigadores opinan que nada de eso contenían los juegos de los cretenses con los toros, y que era un deporte secular y profano. Lo que se decuce de estas imágenes es que el toro era sacrificado después, y su carne repartida entre los asistentes. Posteriormente en el mundo heleno, este tipo de festejos desaparecen, aunque se siguen matando toros en sacrificios como ofrenda a los difuntos y como banquete funerario.



Los juegos taurinos renacieron con gran vehemencia en la Roma republicana. Los romanos desarrollaron las venationes en dos formas: luchas entre animales, y luchas entre hombres y animales. Para ello disponían de los circos y anfiteatros. Datan de 186 a.C. Había luchas de toros y elefantes, toros y rinocerontes, y toros contra leones. En todas las actuaciones, el vencedor era rematado por un bestiarius. En las luchas de hombres y animales, los primeros recibían al nombre de bestiarii y de venatores. Solían ser secundados por perros. Cesar incorporó a estas demostraciones el acoso a los toros con caballos.  La otra modalidad fue la de los damnati ad bestias, personas de ambos sexos condenados a purgar sus culpas en el anfiteatro. El origen de este castigo puede ser cartagines. Este procedimiento se utilizó durante la época de las persecuciones a los cristianos. Los toros eran enfurecidos con hierros candentes antes de salir a la arena.



La tradición lúdico taurina se remonta a tiempos neolíticos y parece desarrollarse sobre rasgos autóctonos. Parece ser que se centró en la zona de Levante, en donde han sido descubiertas muchas pinturas ruprestes que aluden al tema: La Covacha (Teruel), Valonsadero (Soria), Cogul (Lérida), Cingle de la Gasulla (Castellón), Cieza (Murcia), Cieza, Albacete, Lliria... La cronología de estas pinturas se situa entre el Epipaleolítico y el final del Neolítico, y parecen evocar danzas y juegos con toros. En algunas de ellas los animales están heridos por flechas, y en otras paracen emular a los actuales toros de fuego. Polibio y Apiano mencionan el empleo de unos toros con teas encendidas atadas a sus cuernos, como estratagema con que los mercenarios iberos y el caudillo hispano Orisson desbarataron los ejércitos cartagineses de Amilcar y Aníbal. Sin duda, la idea habría sido puesta en práctica con anterioridad con fines lúdicos o militares, habiéndose observado el efecto potenciador del fuego en la agresividad del toro. La Península no quedó al margén de las actividades que llevaban a cabo los romanos en sus circos a partir de la conquista.

Son muchos los pueblos que en la actualidad celebran sus festejos con la presencia de toros, consistentes en los juegos de habilidad, y destreza que consisten en cansar al animal. Después, en algunos de estos festejos, los animales son conducidos a la plaza, donde el matador, el venatus o bestiarius le dará muerte, a través de un juego macabro y sangriento. En otros, como hemos mencionado se les embola con fuego.



Las corridas de toros, como se entienden hoy, adquieren fisonomía propia en el siglo XVIII, pero pueden derivar, al menos en su ejecución, de los juegos romanos. Por otro lado, luchas de animales entre las que figuran toros, aparecen en grabados, carteles, y crónicas, desde el siglo XV al XIX. Los perros alanos también aparecen en ellos.



En cuanto a los lidiadores es sabido que en el norte de España (Pirineo, La Rioja, Navarra, y Vizcaya) existía en la Edad Media la figura del matatoros, cuyo oficio, como su nombre indica, consistía en matar reses por dinero. Muchos reyes los llamaban a sus fiestas para cumplir dicha función y les recompensaban por ello. No sabemos de que forma desarrollaban su tarea, y no hay noticias de ellos en otras partes de la Península. Alfonso X en sus Partidas, califica de infames a aquellos que matan toros por dinero, condenándolos a la persecución por la justicia, y la marginación social. Sin embargo, el Rey Sabio considera valientes y esforzados a quienes probaban su fuerza ante el toro, pero sin remuneración económica alguna.



En los siglos XVIII y XIX existía en algunas zonas de España el toro nupcial. El novio y sus amigos corrían a un toro ensogado toreándolo con sus chaquetas hasta la casa de la novia. El novio le clavaba unas banderillas o las arrojaba sobre él la novia. Lo importante era que el novio tomara contacto con la sangre del toro, recordando el ritual mágico de la fertilidad. No olvidemos que en un principio la muleta era blanca, y que podría guardar relación con las sábanas de la cama.

La muerte del toro se añadió con el desarrollo del toreo caballeresco. La corrida nupcial, para algunos, no fue más que un rito transformado en evento lúdico, muchos de cuyos elementos originarios fueron asimilados a la corrida moderna.

Continuará.

































4 comentarios:

Alicia Redel dijo...

Muchísimas gracias.Verdaderamente muy interesante por el texto y por las ilustraciones que lo acompañan.

clan noob dijo...

IDIOTAS VÃO APRA O CARALHO COM ESSA CULTURA DA MERDA
SEUS SADICOS

Unknown dijo...

Realmente solprendente este escrito tan eficaz

Unknown dijo...

Son muy buenos rapadores